La incertidumbre y la confusión reinaron en el Nido de las Águilas el 7 de abril de 1995; la mañana de ese viernes los jugadores del América no encontraban respuesta ni explicación lógica a la destitución de su técnico Leo Beenhakker la tarde anterior.
La sorpresa era grande porque luego de 33 jornadas disputadas en la temporada 1994-95, en las que había desplegado un futbol espectacular y avasallador, el América encabezaba la tabla general con 45 puntos y se perfilaba al título, pues era el equipo que primero había calificado a la liguilla.
Juan Hernández, lateral derecho de esa escuadra, recuerda que llegó esa mañana al club en Coapa (al sur de la Ciudad de México) y se percató de una notable ausencia: “Me resultó toda una sorpresa que no hubiera llegado el entrenador”.
Raúl Gutiérrez, otro defensa, rememora que sus compañeros se veían unos a otros desconcertados: “No entendíamos el motivo. Un entrenador puede ser cesado por malos resultados, pero no era el caso de Leo”.
François Omam-Biyik, inolvidable centrodelantero camerunés, cuenta que entonces apareció Giuseppe Rubolotta, vicepresidente del club, para hacer oficial el despido del técnico: “Nos dijo que había sido una decisión de directivos. No lo entendí, pero me di cuenta de que con esa acción se había acabado el equipo”.
Por parte de Emilio Díez Barroso, el presidente del club, no hubo aclaración alguna para el plantel, como confiesa el Potro: “Emilio tenía una manera de ser muy radical. Sin dar explicaciones cesó al técnico y el equipo lo pagó”.
La interrogante por el motivo de la destitución de Beenhakker tuvo respuesta con el paso de los años. La dio el mismo holandés: “El presidente aquel –dijo Leo en forma despectiva para referirse a Díez Barroso– quería meter mano en el equipo”. Y explicó: “Joaquín [del Olmo] tenía conflictos económicos con el presidente, y me dijo que el chico no iba a jugar más… pero yo no iba a romper mi formación”. Así que el 5 de abril de 1995, días después de la confrontación entre el técnico y el presidente, a Joaquín se le vio jugar desde el inicio ante el Puebla.
A pesar de que ese desacato le costó el empleo a Beenhakker, Del Olmo siguió jugando hasta el final de esa temporada, la cual no terminó acorde con el futbol que llegó a proponer el América, un futbol que emocionó a su afición y a la ajena.
Luego de cinco años sin que el América ganara un título de liga, en 1994 la directiva se propuso buscar un técnico de talla internacional. Tras analizar a los seleccionadores Mirko Jozic, de Croacia, y Francisco Maturana, de Colombia, además del técnico Daniel Passarella, del River Plate, finalmente se decidió por Beenhakker, quien había hecho campeón de liga al Ajax en dos ocasiones y al Real Madrid en tres.
“Nos gustó el estilo de sus equipos: es ofensivo y se identifica con la perspectiva del América”, argumentó el vicepresidente Francisco Hernández.
No obstante, había jugadores, como German Martelotto, que cuestionaban la llegada de un entrenador europeo: “Me han dicho que Beenhakker es un hombre de gran trayectoria. Ojalá se pueda acoplar a nosotros y nosotros a él”, dijo el volante argentino. Y tras reflexionar preguntó: “Y bueno, ¿este hombre habla español?”.
Por el contrario, había jugadores que sin ser aún Americanistas conocían la clase del técnico neerlandés. Ese era el caso del Potro Gutiérrez, quien cuenta: “Cuando me enteré de que Beenhakker había sido contratado por el América, yo estaba concentrado con la Selección, entonces me dije: ‘¡Qué bueno que un técnico con esos logros venga a México’. Ya después, tras el Mundial de 1994, fui contratado por el América y Leo me dio la bienvenida, me dijo que me había visto y que le había gustado mi desempeño”.
La aceptación al interior del plantel se dio pronto, pues el holandés convenció a los jugadores con una forma de juego práctica que Juanito Hernández explica: “Leo nos pedía mover el balón con máximo dos toques y salir a velocidad”. Gutiérrez añade: “Le gustabaque saliéramos con nuestros extremos, ya fuera Cuauhtémoc Blanco o Zague, que siempre estaban bien abiertos”.
“De esa manera –complementa Hernández–, cuando jugábamos, abríamos la cancha y luego los laterales se pegaban a la línea, los centrales empujaban al contención y, por consecuencia, el contención a los delanteros o al enganche. Prácticamente jugábamos siempre hacia el frente”.
Para Juan, el América de esa temporada tenía tintes de “innovación, pues además de Beenhakker llegaron los africanos Kalusha Bwalya y Biyik”.
Biyik recuerda que fue Rubolotta quien lo contactó vía telefónica para que se integrara a las Águilas: “Me habló del club, del cual yo no sabía nada, tampoco del futbol mexicano. Me invitó a México unos días para ver sus instalaciones y me convencí”.
El camerunés tiene también presente su primer acercamiento con el holandés: “Antes de que me presentaran en Coapa, Leo caminó hacia mí y me dijo que me conocía bien por lo que había hecho en otros clubes y la selección de Camerún, que contaba conmigo y que sería un placer trabajar juntos”.
Un problema que afrontó Biyik fue el idioma. Para remediarlo tomó clases de español en sus primeros seis meses en México, pero reconoce a quienes le ayudaron a sortear esa dificultad: “Mis mejores profesores fueron mis compañeros con las groserías que me enseñaron; el gran maestro era Blanco y lo primero que me enseñó a decir fue: ‘¡Chinga a tu madre!’. Para él es común decir ‘chinga a tu madre’ a cada cinco palabras”, revela el camerunés.
Mientras aprendía el idioma, François sobrellevó su proceso de adaptación al lado del zambés Kalusha con quien mejor se entendió en la primera temporada de ambos en México: “Lo conocía como rival porque había jugado contra él en la selección, pero en el América fue una fuerte ayuda porque los africanos tenemos casi la misma forma de vivir, entonces siempre estábamos juntos, compartimos la habitación y siempre estábamos hablando de futbol o de la familia”.
Otro elemento que destacaba en este América era Blanco, pero no solo por majadero, sino también por bromista, de eso fue testigo y víctima Juan, quien acusa a su irreverente compañero: “Cuauhtémoc me llegó a decir: ‘Anciano, viejo, ya retírate’”. También recuerda con simpatía una de las travesuras del Temo: “Cuando alguien hablaba por teléfono, en la única caseta que había, le llegaba por atrás, le bajaba la bermuda y le daba un chanclazo en las pompas. “Ese tipo de bromas hacían que no llegaras tan nervioso al partido, llegabas relajado”, añade Hernández.
Pero el Temo también sobresalía por ser buen futbolista: “Los que lo veían en el entrenamiento sabían que Blanco iba a ser un jugadorazo”, comparte Biyik quien aún tiene en mente que Beenhakker ponía especial atención al joven: “Leo quería que lo ayudáramos, que lo aconsejáramos”.
A pesar de que el desempeño del Temo gustaba, requería ser pulido, según apunta Juanito: “Le pegaba al balón como un albañil. Entonces Beenhakker le hacía observaciones de cómo pegarle y también los más experimentados lo corregíamos”.
Esa atención no era exclusiva para Blanco, pues a Juan también le tocó ser pulido por su estratega: “A mí me decía: ‘¡Joder, tío!, usted llega 100 veces y hace dos o tres jugadas de peligro, quédese a practicar y se convertirá en el mejor en su posición”.
Fue Juanito uno de los jugadores más cercanos a Beenhakker, de quien incluso recibió un regalo. “Fueron unos zapatos –comparte Hernández–. Los trajo de Holanda, me dijo que eran para el mejor pasador del futbol mexicano. Eran Kronos, pero nosotros usábamos Adidas, entonces para evitar problemas con los patrocinios, les puse la marca en la lengüeta y las tres franjas en los costados”.
En ese ambiente de camaradería, las Águilas disputaron el torneo 1994-95, en el cual obtuvieron resultados históricos: en la primera vuelta el equipo hilvanó 13 partidos sin perder, y consiguió goleadas escandalosas, como un 7-3 sobre Morelia, partido del que Hernández guarda una anécdota que comparte: “Ellos nos ganaban 2-0, el primer gol había sido de Marco Figueroa, a quien me le acerqué y le dije: ‘Disfruta los goles porque vamos a remontar’. Teníamos tanta confi anza en nosotros que en el primer tiempo dimos la voltereta 4-2 y para el segundo marcamos tres veces más”.
Esa derrota lastimó el orgullo purépecha y previo al choque de la segunda vuelta el portero de ese club, Walter Burguez, dijo a los reporteros: “El 7-3 fue cosa de suerte. El América no es tan ofensivo como dice la gente”; sin embargo, con gran satisfacción Juan revira: “Fuimos a Morelia y los volvimos a golear 6-1”. Y es Biyik quien resume la razón de la capacidad goleadora de ese América: “Leo nos decía que no importaba si nos hacían dos goles si nosotros podíamos hacer tres o más”.
Para celebrar tanto gol, el camerunés y Del Olmo se inventaron un festejo muy peculiar. “Una noche fuimos a cenar en un restaurante de Polanco –relata Biyik–. Ahí estaban tocando La , y se nos ocurrió empezar a bailar. Yo no sabía bailar nada, pero aun así Del Olmo me sugirió hacer ese baile cuando anotáramos, y en los entrenamientos empezamos a ensayar”.
Fue entonces cuando, a pesar de que todo marchaba muy bien en el América, Beenhakker fue destituido por su desobediencia. En su lugar quedó Mirko Jozic, luego de que Emilio Ferrara dirigiera dos juegos como interino.
“Jozic vino a cambiar todo el esquema; de ser un equipo ofensivo, pasamos a ser plenamente defensivos”, se queja el Potro Gutiérrez, y acusa: “¡No puedes cambiarle la cara de forma tan radical a un equipo que lleva más de 30 partidos jugando de una forma tan ofensiva como la de Beenhakker! Ese fue un gran error de Mirko”.
Biyik añade: “El estilo de Jozic era contrario al de Leo, con Leo era de ir a buscar el arco contrario, con Jozic era de esperar y contragolpear, ese cambio requería de tiempo, pero ya no nos alcanzó y se nos fue la oportunidad de ir más lejos en el torneo”.
A pesar de la transformación, las Águilas superaron al Puebla en cuartos de final. Pero en semifinales fueron eliminados por Cruz Azul. Como era de esperarse, al vestidor lo inundó la tristeza. “No decíamos nada, todos queríamos irnos lo más pronto posible”, describe Hernández.
“Ya después nos empezamos a despedir –relata Juan–. Eran torneos largos y salíamos de vacaciones. Nos invitábamos a seguir trabajando y nos decíamos que si cambiábamos de equipo nos recordáramos como la gran familia que fuimos”.
Entonces Díez Barroso apareció en el vestidor… Todos pusieron atención: “Nos dijo que no nos preocupáramos, que lo que había pasado era parte del futbol”, recuerda Hernández.
A pesar de que ese América no fue campeón, se le recuerda por la aceptación que alcanzó. “Hasta cuando jugamos los lunes tuvimos muy buenas entradas. Eso era un reflejo de que la afición estaba muy contenta con nosotros”, presume Gutiérrez.
“Yo me acuerdo –agrega Juan– que conocidos míos me decían: ‘No iría a ver un partido del América ni aunque me regalaran los boletos’”. Y con orgullo contrasta: “Con nuestro juego cambiaron su manera de pensar porque las mismas personas me llegaron a pedir boletos y yo les decía: ‘¿¡No que ni regalados!?’”.
Créditos
Fuente:
Revista Futbol Total. Edición 169; serie Campeones sin corona; páginas 48-52, texto: Guillermo Vite García, año 2013.